martes, 16 de junio de 2015

VIOLENCIA RACIAL


¿Me preguntas qué puedes hacer para promover la paz mundial?
Vete a casa y ama a tu familia.

Madre Teresa

El constructor de hogares posee el oficio supremo.
Todos los demás oficios tienen un solo propósito:
brindar su apoyo al oficio supremo.

C.S.Lewis

La fuerza de una nación depende de la integridad del hogar.
Confucio

Aunque levemente tapada por las peripecias electoralistas de nuestros políticos locales, una de las noticias más serias de estos últimos tiempos es la que se refiere a los disturbios y a la violencia racial desatada (otra vez) en los Estados Unidos. Últimamente ocurrió en Baltimore a raíz de la muerte de un muchacho negro, Freddie Gray, mientras estaba bajo arresto.

Frente a estos hechos, los grandes medios masivos siempre entonan la conocida letanía acerca de las tensiones raciales, la brutalidad racista, los prejuicios de los policías y la existencia de verdaderos guetos negros en las grandes ciudades norteamericanas en donde por supuesto la pobreza y la marginación tendrían la culpa de todo, de absolutamente todo lo que ocurre.

La letanía – si bien contiene una buena dosis de verdad y de realidad que no solo es imposible sino incluso hasta improcedente negar – omite sin embargo toda una serie de otros hechos que, correctamente interpretados, contribuirían mucho a explicar y a entender los acontecimientos.

Es cierto: existen tensiones raciales en los EE.UU. Pero una enorme parte del conflicto no es consecuencia de la acción de los grupos racistas blancos del "white supremacism" o "supremacismo blanco" que, si vamos al caso, son pocos y reducidos. En una proporción absolutamente decisiva, el conflicto proviene de la criminalidad, las pandillas, el narcotráfico, la violencia y las familias de un solo progenitor. Esa es la contracultura que impera entre la mayoría de los negros norteamericanos. Los blancos – y también los negros de clase media – sencillamente evitan los barrios negros en los cuales la gran mayoría de las familias tiene un solo progenitor a cargo y en los cuales el control real de la calle está en manos de bandas de criminales. Y evitan estos barrios por la simple y sencilla razón de que son peligrosos. Porque sus habitantes se matan entre sí en forma habitual y casi cotidiana,  y porque en ellos nadie – sea blanco, negro, amarillo, rojo, azul o verde – está a salvo de convertirse en víctima de un asalto, una violación o un homicidio.

Sí, también es cierto: los policías norteamericanos cometen errores y hasta barbaridades; ni más ni menos que los policías de cualquier otro país del mundo, incluyendo los más civilizados. Por lo general un policía norteamericano, si detiene a alguien para identificarlo, lo hace en la convicción de que el sujeto ha cometido alguna contravención o algún delito. Si el detenido hace lo que el policía le indica, la probabilidad de sufrir algún tipo de brutalidad policial es mínima. Pero, por el contrario, si el detenido se comporta de un modo violento o agresivo durante el procedimiento, sus chances de exponerse a una reacción exagerada por parte del policía naturalmente aumentan. Como que también aumentan si los amigos o compañeros del detenido comienzan a rodear al policía y se colocan, por ejemplo, a sus espaldas. No importa que se trate de "chicos de 14 o 15 años". En el gueto esos "chicos" matan. Y el policía lo sabe mejor que nadie. Y tiene miedo. Tan simple como eso.

Y no es cierto que haya aumentado la cantidad de casos de excesos policiales en detrimento de la población negra. Lo que sucede es que, por lo que acabamos de señalar, la policía detiene e identifica a cada vez más negros y entre ellos cada vez más individuos se comportan de un modo agresivo o violento durante el procedimiento.

Sí, es cierto: existen guetos negros en las grandes ciudades. Pero no surgieron por coacción o por compulsión sino por agrupación de quienes viven de la contracultura de la criminalidad, la droga y la violencia. Y esta situación no es tan solo el resultado de la pobreza y la marginación. En mucha mayor medida es también el resultado catastrófico de las políticas sociales que la izquierda norteamericana ha ido promoviendo durante los últimos cincuenta años. Bajo la presidencia de Lyndon B. Johnson, el gobierno federal le declaró la guerra a la pobreza. Al igual que muchas otras guerras de los norteamericanos, ésta tampoco quedó sin sus consecuencias nefastas siendo seguramente la peor de ellas la destrucción de las familias negras y la multiplicación de las madres solas.

Hay un dato que nunca aparece en las lacrimógenas letanías de los grandes medios cada vez que estalla la violencia racial en los EE.UU. Actualmente el 75% de los niños negros nace y crece en un hogar a cargo de una madre sola. Y esto es así porque está fomentado. Una mujer negra, con hijos, sola, sin pareja masculina, queda habilitada para tener acceso a generosos beneficios sociales. Y a más hijos, más beneficios. Por el otro lado, paradójicamente y aunque parezca casi increíble, si ambos progenitores están presentes en el hogar, la familia pierde automáticamente esos beneficios. La "lógica" detrás de este sistema perverso es puramente emocional y sentimental: una mujer sola necesita ayuda; si tiene un hombre a su lado ya no la necesita más. Si hay una mujer sola con hijos, corremos a ayudarla. Si lo que tenemos es una familia normal con papá, mamá y la cantidad de hijos que sea, pues entonces ustedes no necesitan ayuda. Arréglense como puedan.

Lo que el sentimentalismo se niega a admitir es que con esta reglamentación absurda se promueven de hecho conductas de parasitismo social. Pero lo que es mucho peor y directamente criminal es que con estas medidas se ha destruido completamente a la familia negra, por más que los responsables de esta destrucción no se cansen de recitar los grandes principios de los Derechos Humanos y la solidaridad social.

Sea intencionalidad o simple estupidez política, las estadísticas indican con total claridad que las hijas de madres solas con enorme frecuencia se convierten a su vez en madres solas mientras que los hijos de estas madres – al carecer de una imagen paterna adecuada – se forman un ideal masculino copiando el comportamiento violento y criminal de los "machos alfa" del gueto.

Así, cuando estalla la violencia, la única defensa real que puede llegar a tener un joven negro norteamericano es su madre quien, a su vez, ha quedado completamente sola frente a la sociedad y al mundo. Y aquí hay algo que merece ser destacado: a pesar de todo, estas madres, en muchos casos, no lo hacen nada mal.

Sucedió en Baltimore durante los últimos disturbios de Abril pasado. Mirando televisión, una madre descubrió que su hijo era uno de los encapuchados que estaban fomentando la violencia en medio de las manifestaciones. Ni corta ni perezosa, la mujer salió a la calle, sacó a su hijo del grupo de violentos y se lo llevó a casa a sopapo limpio.


Más tarde, cuando le preguntaron por qué lo había hecho, la mujer se limitó a decir con total pragmatismo: "Lo hice porque no quería que lo maten". Nada de consideraciones éticas o morales. Nada de razones de convivencia civilizada o normas sociales. Solo supervivencia. Solo pura, simple y descarnada supervivencia. Nada más que eso.

¿Qué pueden hacer seres humanos a quienes se les ha destrozado ese primer y básico bastión social que es la familia? De la capacidad carcelaria norteamericana dos tercios están ocupados por individuos de raza negra. La proporción no sorprende porque también de los crímenes cometidos en los EE.UU dos tercios se deben a individuos de raza negra. No solo la enorme mayoría de personas negras asesinadas es víctima de un homicida negro; la gran mayoría de los policías muertos en servicio también es víctima de los mismos homicidas negros. Lo que sucede es que, cuando un policía mata a un negro, la noticia aparece con grandes titulares en todos los medios. Cuando es al revés, cuando es un negro el que mata a un policía – sea éste blanco o también negro – pues... gajes del oficio. Es el riesgo normal de la profesión de policía. Con suerte se enteran algunos en el barrio y los colegas que llevan el féretro al cementerio.

El dogma oficial sostiene que la culpa de todo ello la tiene la pobreza y la discriminación racial. Estos factores existen y por cierto que no ayudan. Pero la familia no es un "invento" reciente. No es un "mandato cultural" desechable y fácilmente reemplazable. Durante cientos de miles de años y quizás hasta desde hace dos millones y medio de años los seres humanos hemos nacido y crecido en familias. No se destruye impunemente una institución que prácticamente ha acompañado a la filogenia de la especie.

Y esto no es válido tan solo para las familias negras. La familia blanca también está destruyéndose, aunque en parte por otros motivos y en distintos entornos. Así y todo, desgraciadamente los resultados son bastante parecidos: irresponsabilidad, egoísmo, hedonismo, juventudes criadas a la buena de Dios y una fenomenal confusión de valores por todas partes.

Sin una familia normal bien constituida, nosotros, los seres humanos, no tenemos hogar. Sin un hogar no solo no tenemos en este mundo un lugar que podamos llamar nuestro sino que, además de eso, tampoco tenemos una comunidad mínima a la cual pertenecer. Con eso, perdemos todo sentido comunitario. Consecuentemente perdemos todo posible sentido social. Y sin sentido comunitario ni social no hay forma de integrar una cultura y una civilización. Sin una familia normal nos convertimos en lobos esteparios.

En el caso de los negros norteamericanos, la contracultura que ha llevado a la destrucción prácticamente sistemática del grupo familiar ha tenido efectos catastróficos. No es ningún milagro que durante las últimas décadas la población blanca huyó del centro de las grandes ciudades (un proceso conocido como el "white flight" = la huida blanca) y se formaran allí grandes guetos negros. En algunas ciudades, por ejemplo en San Francisco, se dio el fenómeno inverso: fueron los negros los que resultaron desplazados hacia la periferia. Otras ciudades perdieron gran parte de su población, como Detroit, la otrora gran ciudad del automóvil norteamericano que hoy se encuentra sumida en un estado de decadencia terminal.

Otras regiones agonizan, como el condado de San Louis y, sobre todo, su ciudad de Ferguson en donde el año pasado el joven negro Michael Brown terminó muerto de varios balazos luego de haberse resistido al procedimiento policial. En los desórdenes subsiguientes, la muchedumbre saqueó y destruyó centenares de negocios con lo que se perdieron cientos de puestos de trabajo. Desde entonces, Ferguson ha quedado aun más pauperizada de lo que ya estaba.



Otras ciudades norteamericanas han  seguido el mismo destino, como por ejemplo Oakland, en California, (que es donde fueron a parar los negros desplazados de San Francisco); o bien la propia Washington D.C. que – a excepción de Georgetown – es prácticamente un gueto negro homogéneo; u otras ciudades como New Orleans o Baltimore.

Electoralmente, la característica común de las ciudades-fantasma y de los centros urbanos agonizantes es que sistemáticamente votan por la izquierda demócrata. Las madres solas que viven en la contracultura negra votan a los representantes de la izquierda demócrata porque de ellos es que reciben los subsidios y los beneficios sociales. Los padres ausentes votan igual porque los subsidios les permiten despreocuparse del mantenimiento de hijos y esposas, incluso con la eventual posibilidad de parasitar una parte de esos subsidios. En todo caso es la izquierda norteamericana la que sostiene la contracultura y, con ella, el medioambiente en el cual impera la violencia, la criminalidad, el parasitismo y el desprecio por las más elementales normas de convivencia social.

En los EE.UU. los disturbios raciales obedecen a múltiples factores. Pero uno de los principales es el errado criterio político aplicado. A veces se dice que Obama se ha ocupado poco del problema de los negros norteamericanos. No es cierto. La verdad es que hizo mucho al respecto. Solo que, en vez de resolver el problema, lo agravó.  Desde su acceso a la Casa Blanca la cantidad de receptores de los diferentes subsidios y beneficios aumentó en forma considerable y con sus declaraciones fomentó de un modo bastante irresponsable la actitud desafiante y hasta violenta de los negros frente a la autoridad. Como presidente y de la boca para afuera Obama, por supuesto, condena los disturbios pero los impulsa con sus decisiones concretas y con el ambiente creado por ellas.

Por su parte, los ricos demócratas blancos que lo apoyan son más hipócritas todavía. En un plano teórico son fanáticos promotores de la integración racial pero en los hechos y en lo personal la evitan en todo lo posible.

Lo único que a estos blancos demócratas realmente les interesa es el voto de los negros.

Eso es algo que se hace cada vez más evidente.

Y no solo en los Estados Unidos.

domingo, 7 de junio de 2015

LAS DIVISIONES DEL PAPA


Corría el año 1935. A dos años de haber accedido Hitler al poder, los alemanes habían restablecido su fuerza aérea e implantado el servicio militar obligatorio. No es de extrañar que unos cuantos en Europa se sintiesen un tanto intranquilos. Entre ellos, un más que preocupado Pierre Laval, ministro de Asuntos Exteriores del Frente Popular francés, fue a entrevistarse con un no menos inquieto Stalin con miras a firmar un tratado entre ambos países.

Según cuenta la historia, Laval comenzó explicando cuantas divisiones necesitaba Francia para defenderse de Alemania. Luego le pidió a Stalin que aflojara la presión sobre los católicos rusos para así facilitar las tratativas entre el gobierno francés y el Papa. Stalin levantó una ceja, sonrió detrás de su gran bigote y sin disimular su ironía en lo más mínimo preguntó a boca de jarro:

— ¿Y cuántas divisiones tiene el Papa?

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Desde entonces han pasado 80 años. No solo los protagonistas de la anécdota están todos muertos sino que el cuadro político general del mundo de hoy es completamente diferente. El mundo se ha "globalizado" a lo largo de lineamientos claramente capitalistas. El comunismo se derrumbó. Los parámetros de la guerra son otros. Y son tan diferentes que ya nadie se atreve a lanzarse a una gran conflagración internacional del modo en que se hizo en 1914 y 1939 porque el poder de destrucción de las armas actuales – incluso excluyendo las nucleares – es tan enorme que un conflicto fuera de control podría significar la destrucción del planeta entero y con ello incluso el aniquilamiento de quienes desataron el conflicto. Si exceptuamos a los que lucran económicamente con las conflagraciones, las guerras actuales tienden a ser guerras sin ganadores. Al menos muchas veces no los hay claramente en el campo de batalla.

Pero frente a todo esto, allí en el Vaticano, sigue estando el Papa. Lo cuida apenas una guardia de alrededor de 110 soldados vestidos como arlequines – con uniformes diseñados según algunos por Miguel Ángel o por Jules Répond según otros – y armados con espadas y alabardas.
Claro que al margen del protocolo y de la tradición, si uno investiga un poco se encuentra con un servicio de seguridad moderno, armado con toda la tecnología del caso, del cual tampoco están ausentes las pistolas, la electrónica de comunicaciones, los fusiles de asalto y hasta los explosivos, todo dentro del marco de un adiestramiento feroz de altísima exigencia. Pero, así y todo, son solo 110 hombres. Es el ejército más pequeño del mundo.

El Papa no tiene divisiones.

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Y sin embargo todo el mundo se pelea por ir a verlo y sacarse una foto con él. Hasta nuestra Cristina, que hizo de todo para evitarlo incluso de una manera ostensiblemente ofensiva mientras Jorge Bergoglio fue arzobispo de Buenos Aires, terminó peregrinando a Roma ni bien el mismo Jorge Bergoglio se convirtió en el Papa Francisco.

Y todo para regalarle un mate que vendría a ser más o menos lo mismo que obsequiarle un samovar al Patriarca de Moscú, o un juego de té al Dalai Lama. O una botella de vodka a Vladimir Putin – quien, dicho sea de paso, se entrevistará con Francisco el próximo 10 de junio. Por segunda vez. Ya que Cristina se entrevista con él hoy – 7 de junio – por quinta vez. [1] Como que antes fue a verlo el ex presidente uruguayo José Mujica a pedirle que interviniera para impulsar los procesos de integración en la región. Una idea que seguramente se le ocurrió después de ver como el Papa era capaz de actuar de intermediario para acercar a Obama con Raúl Castro.

A todo esto, ayer nomás este mismo Papa fue recibido en Sarajevo por una multitud de 100.000 personas de las cuales unas 65.000 se reunieron para asistir a la misa celebrada en el estadio olímpico de la ciudad. En Sarajevo. La ciudad en la que se disparó la Primera Guerra Mundial. En la Sarajevo de la actual Bosnia y Hercegovina, donde entre 1992 y 1995 otra guerra sangrienta dejó como saldo 100.000 muertos y más de dos millones de refugiados y desplazados.

Y ayer fueron 65.000 personas que atendieron una misa en un país en donde solo el 10% es católico, siendo que el 31% es ortodoxo serbio y el 40% es musulmán.


¿Una movida de ajedrez para ponerle un cerrojo al reclutamiento del ISIS entre los musulmanes de Europa?  No lo sé; si bien creo que al menos una de las ideas del evento bien pudo haber sido ésa.

De todos modos me pregunto si Abu Alaa al Afri hubiera podido reunir 65.000 fieles del ISIS en alguna de las mezquitas de Sarajevo.

¿Qué quieren que les diga? Lo veo más que difícil.

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¿Qué lleva a todas estas personas a ir, reunirse con el Papa, sacarse una foto con él, eventualmente negociar o llegar a ciertos acuerdos?

En unos cuantos casos es obvio que se trata de puro cholulismo. De ir a buscar "la foto" para mostrársela después a todo el mundo y poder decir con cara de circunstancias: "y acá estoy yo con el Papa". Como si el Papa lo hubiese recibido a usted porque usted es importante cuando la verdad es que usted fue a verlo porque él es importante. Y usted hubiera ido arrastrándose de rodillas por toda la Plaza de San Pedro con tal de conseguir esa bendita foto.

Pero ésos, con ser muchos – quizás la mayoría – no son todos. No es el caso de un Putin cuando trata con el Papa Francisco el problema de Ucrania o de Siria. No es el caso de Obama y de Raul Castro. No es el caso cuando el Papa menciona al genocidio armenio. No es el caso de Pepe Mujica arrimándole al Papa el problema de la integración sudamericana.

Aquí el Vaticano tiene su peso por algo que muchos harían bien en no olvidar: la Iglesia Católica sigue teniendo el mejor servicio de informaciones del mundo y maneja el único cuerpo diplomático que cuenta con 2.000 años de experiencia acumulada. Nadie puede competir contra eso.

Son elementos que tienen una tremenda importancia en esta época cuando, según el propio Papa, ya estamos librando la Tercera Guerra Mundial solo que por ahora con cuentagotas.

Y en cuanto a las divisiones del Papa… no sé. Aquellas por las cuales preguntaba Stalin, de hecho no existen.

Pero quizás el Arcángel Miguel tiene otros recursos.

Quizás los tenga también Jorge Bergoglio.



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NOTAS
1)- La primera vez fue  el 13 de marzo de 2013 después de que Jorge Bergoglio se convirtiese en el Papa Francisco. La segunda vez,  el 28 de junio 2013, fue en Río de Janeiro. La tercera, el 17 de  marzo de 2014, fue una reunión privada de 4 horas en el Vaticano. La cuarta, el 19 de septiembre de 2014 en Santa Marta y, finalmente, la de hoy que es la quinta.